8.6.13

Ya no reciclo ¡uy, qué poca vergüenza!

Ya no reciclo ¡uy qué poca vergüenza!
 
Bueno sí, el aceite, las pilas y los medicamentos que contaminan, o los productos electrónicos que los llevo al punto limpio. Y también la ropa y los enseres que se puedan reutilizar, por las cada vez más abundantes personas sin liquidez, o enamoradas de la rehabilitación de lo usado y el aprovechamiento en tiempos de finitud de recursos. Pero lo típico de contenedor de la esquina, pues como que ya no lo reciclo. Y lo digo yo, con muy poca vergüenza y además convencida, una comprometida con el cuidado del medio ambiente y el entorno. Si mi coche se parecía más a un vertedero municipal, siempre listo para aprovechar el viaje y reciclar, que es lo que ocurre cuando vives en el campo, sin depósitos de reciclaje a mano. Y no será porque no los pidiera por todas las vías posibles, pero la decisión final es de la empresa recicladora, que valora si le interesa económicamente o no.
 
Sí, sí. La decisión no es ambiental, sino pecuniaria, aunque nos cuenten lo contrario. La historia de mi desencanto con el reciclaje tuvo lugar el día que me colé en una de esas excursiones guiadas a la planta regional de residuos. Una de esas que hay por toda España, de propiedad privada, con nombre local para que suene cercana pero en realidad parte de una potente corporación. La planta, la montó el gobierno regional, con el dinero de todos, se supone que para que nos haga el gran favor de gestionar la ingente cantidad de basura que generamos, lo cual también es un despropósito por nuestra parte, que cada vez compramos menos a granel. Y no es pitorreo.
 
Dicha planta, con infraestructura y materia prima gratis a su disposición, hace bien los deberes y emplea a unos cuantos, solo faltaba. Miren el modelo de negocio, que para usted y para mí lo quisiéramos:
  • Planta llave en mano para recibir absolutamente todos los camiones de la basura de la comunidad regional.
  • Previa entrada, cada camión se pesa y conforme a los kilos las autoridades abonan un canon a la empresa.
  • La sofisticación de las instalaciones permite separar plástico, latas, metales, etc., que después venden a las empresas recicladoras especializadas. Incluso hacen compost con la materia orgánica, como yo en mi casa para mi huerto ecológico, y también lo venden.
  • Lo que no es aprovechable para vender entre lo que Usted y yo tiramos a la basura, con conciencia o no de no haberlo depositado en el contenedor de reciclaje, se quema en un ingente horno que genera mucha electricidad. No me quisieron decir cuánta.
  • Es tanta la electricidad producida, que permite el total funcionamiento de la planta y además hay excedente. Tampoco me quisieron decir cuánto. Este no se convierte en suministro público sino que se vende a la red. Les pregunté si de alguna manera la corriente o los beneficios generados por ella redundaban en la ciudadanía y claro, no me supieron decir.
 
Ese día, me convertí en el personaje incómodo de una excursión que en principio tenía meramente un objetivo informativo- propagandístico. Pedí conocer los resultados de la empresa, supuestamente al servicio de todos, pero claramente no eran de acceso público. Llegué fatal a casa, entre otras cosas por la tremenda comilona que incluía la excursión y que parecía más bien destinada a mandar al oto barrio a tanto pensionista como iba en el bus. Algo que supondría un gran descoloque para todos sus hijos parados y que dependen de ellos para comer y pagar las hipotecas. Mi pequeño homenaje a esos injustamente denostados jubilados.
 
A lo que iba, llegué a casa totalmente descolocada. Anuncié a bombo y platillo que allí no se reciclaba más, excepto lo dicho antes ( pilas, aceite, boticas, enseres, intercambio de ropa de los chavales entre vecinas, la leña del monte que limpio para calentar mi cas, las peladuras con las que hago el compost para las verduras ecológicas) y casi hubo motín. A mi hijo mayor se le llenaron los ojos de lágrimas, no entendía nada.
 
Cuando lo hablé con mi madre, me recordó que hace muchos años en las tiendas pagaban unos céntimos con la entrega de latas y de botellas utilizadas. Lo del casco ya lo recuerdo. De hecho, en países como Alemania también han habilitado con gran éxito máquinas vending que se tragan tu latas vacías y te abonan por ellas. Es lo menos que se puede hacer.  Si el reciclaje es labor de todos, que lo sea de verdad. No puede ser que los ciudadanos se impliquen en un negocio que a la postre es absolutamente privado. Sí, y ya sé también que los recursos del planeta son limitados. En ese caso, empecemos por ejemplo por crear una política pesquera sostenible, por proteger mejor la biodiversidad o por apostar a fondo por las energías limpias. Pero no culpabilicemos al ciudadanito que pasa de reciclar porque, hoy por  hoy y visto lo visto, el medio ambiente y la calidad de vida de la gente apenas tiene sitio en las grandes agendas. Y a mi ya me queda muy poca vergüenza para reconocerlo.

SONIA G.S.

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